LA RUTA
SEVILLA
Ir desde Sevilla hasta Santiago por la Vía de la Plata es pisar los cimientos de un camino que llevaba allí más de mil años antes de que unos pastorcillos descubrieran un resplandor misterioso en el monte Libradón a principìos del siglo ix. Es caminar por la vía trazada por los romanos entre las ciudades de Emerita Augusta (Mérida) y Asturica Augusta (Astorga) con siglos de antelación a la fiebre medieval por ir a rendir culto a los huesos del apóstol Santiago y lavar los pecados de un plumazo. Mentalmente, tal vez sea la más exigente de las vías compostelanas, pues las jornadas sin compañía serán muchas. Físicamente, también tiene lo suyo.
Sevilla embruja y lanza cantos de sirena para invitar al viajero a que se quede. Como la tropa de Ulises, hay que taparse los oídos con cera e intentar cerrar los ojos al parque de María Luisa, la plaza de España, el minarete de la Giralda, la perfecta Torre del Oro, la traviesa Triana, el retablo de la catedral, que es una película en 400 m2 del Nuevo Testamento… E incluso a las modernas setas de madera de Jürgen Mayer o el tapeo en el barrio de Santa Cruz. Es imperativo cruzar el Guadalquivir y marcharse, emprender un viaje que reclamará más de un mes con algunas etapas (literalmente) maratonianas. Se presentan mil kilómetros por delante y una manera diferente de visitar la fachada atlántica española.
La ciudad de Sevilla cuenta con unos 704.500 habitantes y se ubica a 1.004 km de Santiago de Compostela. La actual capital andaluza tuvo su origen en el punto geográfico al que po-dían arribar los barcos mercantes siguiendo el curso del río Guadalquivir. La causa por la que recibió el nombre de Hispalis se debió a que sus construcciones primitivas se asentaron sobre postes hincados en el subsuelo, apuntalamiento que consolidaba la cimentac ión. Fundó la ciudad el emperador romano Julio César, otorgándole el nombre de Julia Rómula Hispalis.
Establecida la Sevilla romana, tiempo adelante la conquistaron los visigodos, pero su mayor esplendor llegaría con la invasión musulmana. Ya era la mayor y más importante ciudad de España, notable por sus edificios y monumentos. Con los árabes conoció su época de gr andeza, la denominaron Isbiliya y construyeron la magnífica mezquita Mayor bajo el mandato del califa Almohade Abul Yacub Jusuf. El famoso Giraldillo con el que coronaron su alminar, dio nombre a la torre y es desde entonces el símbolo de la ciudad. La singular Torre de Oro, edificada en el siglo XII para la defensa del Guadalquivir, es otro monumento árabe que da fama a Sevilla.
Conquistada por el rey Fernando III el Santo en el año 1248, de quien conserva el escudo, engrandeció la Corona de Castilla. Reconvertidas sus mezquitas en templos de culto cristiano, siglo y medio después el estado ruinoso de la Mayor obligó al Cabildo eclesiástico a tomar la decisión de derribarla y construir en su solar la catedral Santa María de la Sede, el templo gótico más grande del mundo y el tercero en tamaño de la cristiandad. “Hagamos una iglesia que los que la vieren labrada nos tengan por locos”, fue lo que tradujo el pueblo llano de la decisión acordada por los canónigos de Sevilla en 1401. Según consta en el acta, la obra debía de ser tan grande y tan buena que no hubiese otra igual. Al año siguiente se inició la construcción que cumpliría ampliamente la idea concebida.
En el interior de la catedral se encuentra la capilla de Santiago. Es admirable el cuadro de grandes dimensiones pintado por Juan de Roelas en 1609 en que se representa al Apóstol combatiendo contra los musulmanes en la batalla de Clavijo. Según la tradición, su presencia fue fundamental para que las tropas cristianas lograran la victoria. En la capilla de San Hermenegildo figura una talla de Santiago peregrino que estuvo situada en la cúpula del crucero, el bordón que sujeta de la mano es regalo de la Asociación del Camino de Sevilla.
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